![](https://sinagendasalta.com.ar/wp-content/uploads/2024/07/1140-martin-scorsese-hero-esp.jpg)
“Grandes, poéticas, sabias, arriesgadas, testarudas, enamoradas de la belleza, profundamente románticas, completamente intransigentes”, ha dicho Martin Scorsese sobre las películas de Michael Powell y Emeric Pressburger, a las que consagró un film que se vio en Berlín y que el pasado viernes estrenó la plataforma Mubi, “Hecho en Inglaterra: las películas de Powell y Pressburger”.
Suena exagerado, pero Scorsese sabe de cine, y además coincide con la opinión de unas cuantas generaciones de espectadores de todo el mundo. Desde aquellos que todavía recuerdan fascinados “Narciso negro” y “Las zapatillas rojas”, hasta los amantes del terror que tienen a “Peeping Tom” en sus altares, los que en videoclubes descubrieron “Paralelo 49” y los reticentes que no pudieron hallarle falta alguna a “La batalla del Rio de la Plata”, salvo el personaje que aparece en el muelle y que más que un gaucho uruguayo parecía el vaquero Barbitas Carter de las historietas del “Billiken” (dibujos directamente inspirados en Gabby Hayes, popular actor de reparto de westerns clase B).
![](https://sinagendasalta.com.ar/wp-content/uploads/2024/07/blackjpg.webp)
Scorsese, que está entre los fascinados de la primera hora, llegó a ser amigo personal de Michael Powell, y su montajista de siempre, Thelma Schoonmaker, fue la esposa de Powell. La cuarta , la definitiva, porque la primera duró apenas tres semanas, y así. El asunto es que, dueño de un archivo abundante y exclusivo, Scorsese se convirtió en productor ejecutivo y narrador emocionado de este documental.
Conviene recordar la historia de ese dúo. Powell, inglés de pura cepa, entró al cine como pinche, hizo todo el escalafón, en los años ’30 se ejercitó realizando una treintena de cintas de una hora (comedias románticas, dramas de conciencia, fantasmas, cintas de espionaje, mujercitas decididas, etcétera.), participó con otros en “El león tiene alas”, elogio de la RAF, y “El ladrón de Bagdad”, superproducción de aventuras fantásticas en colores.
En 1940 conoció a Pressburger, húngaro de pura cepa, nacido Imre Jozsef y rebautizado Emeric, periodista, libretista de películas alemanas y francesas que huyendo del nazismo dio con su paisano Alexander Korda, que se había convertido en prestigioso productor británico. Éste los presentó, trabajaron para él, luego para Arthur Rank y para ellos mismos, como The Archers, y después parece que se pelearon. Esto último nunca estuvo del todo claro.
El asunto es que, entre 1940 y 1957 hicieron un buen puñado de películas, la mayoría brillantes y algunas excepcionales. Entre las de guerra, “Paralelo 49”, Oscar al Mejor Guión (tripulantes de un submarino nazi varado en Canadá deben abrirse paso aunque sea a sangre y fuego), “Perdido, un avión” (“One of Our Aircraft is Missing”), “Un cuento de Canterbury” (Chaucer actualizado), “Su peor enemigo” (uno mismo), “La batalla del Rio de la Plata”, “Emboscada nocturna” y, en particular, “Escalera al cielo”, romance fantástico con David Niven como un piloto a las puertas del paraíso. Todo depende del juicio celestial, y de la operación quirúrgica que le están haciendo en ese momento.
Luego, las fantasías musicales en color y gran despliegue: “Las zapatillas rojas”, popularísima, “Los cuentos de Hoffmann”, ambas con la bailarina Moira Shearer, y la comedia “¡Oh, Rosalinda!”, adaptación de la opereta “El murciélago”, de Johann Strauss, esta vez con los Aliados y los rusos en la Viena de posguerra, “enfrentados” por una linda señora bastante alegre y desprejuiciada.
Párrafo aparte, “Vida y muerte del coronel Blimp” , “El Pimpinela Escarlata” y, dignas de recuadro, dos joyas de exquisitez formal y raro misterio, dedicadas a las íntimas pulsiones femeninas: “Narciso negro”, con Deborah Kerr como una monja en el Himalaya, y “Gone to Earth”, con Jennifer Jones como una chica medio salvaje casada con un clérigo pero atraída por el señor de la comarca.
Acá se llamó “Corazón salvaje”, en España la llamaron directamente “La zorra” (no pensemos mal, sucede que la chica protege una pequeña raposa, es todo simbólico). Hay dos versiones de esta película. Una, la que hicieron sus autores. Otra, la que impuso en EEUU el productor David Selznick, con un texto explicativo y tomas complementarias a cargo de otro director. Son cosas que pasan, y que obligan a un buen rastreo por parte de los interesados.
David Farrar era el varonil objeto de perturbación en ambas obras. También estuvieron, allí y en varias anteriores, el músico Brian Easdale, los directores de fotografía Chris Challis y Jack Cardiff, el director de arte Arthur Lawson, todos nombres mayores.
Tras la disolución de The Archers, Michael Powell hizo entre otras “Peeping Tom” (acá “Tres rostros para el miedo” ó “El fotógrafo del pánico”), retrato de un psicópata que registraba a sus víctimas mientras agonizaban, lo que en su momento espantó al público que lo seguía por su delicadeza habitual. Hizo también un buen documental, “Regreso al fin del mundo”, regreso a una islita perdida al norte de las Islas Británicas, solo para saludar a la gente con la que había filmado “El fin del mundo”, 40 años antes.
En cuanto a Pressburger, hizo una comedia, algunos guiones para otros, y vida de hogar. Su hija fue productora, sus dos nietos también dirigen y producen. Uno de ellos, Kevin McDonald, es el responsable de las dos “Trainspotting”. No parece tener los gustos del abuelo.